Ricardo, el niño que soñaba ser médico
Hace mucho tiempo, en un pueblo de nuestro país existía una familia muy hermosa, la López – Hinestroza; aunque muy humilde, rebosaba de felicidad, amor y, sobre todo, camaradería. Su armonía estaba basada en un único principio: el bien de uno, era el de todos, y el mal de uno, la desgracia de todos.
La familia estaba compuesta por papá, mamá e hijos. Todo lo que irradiaban era felicidad, armonía y paz. Cada uno era un detalle importante en esa casa, a pesar de ser cinco hermanos.
El padre era el único que trabajaba y, a pesar de lo arduo que lo hacía, apenas ganaba para subsistir.
Cada uno de los hijos aprovecharon el esfuerzo de sus padres y seguían estudiando con ahínco, para algún día ser alguien y poder retribuirles tanto sacrificio.
De entre todos, el más sobresaliente era Ricardo, quien a su corta edad tenía un espíritu servicial, ayudaba a las demás personas y sentía su dolor como propio, entrando algunas veces en angustia por no poder hacer todo lo que realmente quisiese por ellos. ¡Ricardo siempre quiso ser médico!; ese amor por el prójimo siempre fue creciendo dentro de él.
Lastimosamente, la situación económica familiar era cada día peor, su padre perdió el trabajo y, un día, su madre cayó enferma de cáncer; fue una muerte lenta y deplorable.
Ricardo permaneció al lado de su madre cada día hasta su último aliento; en ese mismo momento y lugar, le pidió a Dios que le abriera las puertas y le diera las fuerzas suficientes para seguir adelante y llegar a ser médico algún día.
Tiempo después, a pesar de todos los pormenores, Ricardo terminaba su secundaria. Durante la graduación, se le acercó una persona que ya conocía su trayectoria y le dijo: – sé que tienes un deseo ardiente de ser médico, pero no dispones de los medios para llegar a serlo; me llamo Luis Pineda y te voy a ayudar económicamente para que logres tus metas, pero prométeme que serás el mejor y que, además, una vez seas médico, nunca le negarás a nadie tus servicios y servirás a los más necesitados, a tu gente del campo, los cuales están marginados y que la mayoría del tiempo no llegan a recibir la atención médica que requieren. Promételo Ricardo y verás que todo irá bien –.
Al escuchar que sus metas estaban a punto de cumplirse, Ricardo le dijo: – sí, ese mismo ha sido siempre mi deseo –. Sus hermanos lo veían como un gran ídolo, como un ejemplo.
Pasaron los años y Ricardo llego a la facultad de medicina, donde tuvo que enfrentarse a muchas adversidades, pero él tenía muy clara su meta: ¡debía graduarse siendo el mejor! Luego de un sinnúmero de esfuerzos, terminó sus estudios de medicina con un excelente puntaje y se especializó en microbiología; incluso, por ser el mejor de su clase, se ganó una beca para viajar a los EEUU.
El desempeño de Ricardo era algo extraordinario y sin precedentes, tanto así que le solicitaron que se quedara en USA para el desarrollo de una investigación de un fármaco contra el VIH, donde se le ofrecía una fuerte cantidad de dinero, pero él nunca olvidó su promesa y regresó con su gente humilde que tanto lo quería.
Luego, dos de sus hermanos siguieron sus pasos y él los ayudó, tal como hiciera una vez el Sr. Pineda con él. Ya no era uno, sino tres los médicos especialistas en el pueblo.
Con el tiempo, estos fueron abriéndole el camino a otros campesinos de la región que tenían deseos de superarse y llegar a ser unas personas útiles no solo a ellos, sino a su comunidad.
La familia López - Hinestroza fomentó el nacimiento de una dinastía de médicos prestigiosos y humanitarios, capaces de dejarlo todo por sus deseos ardientes de ayudar a los demás.
Cada día fueron más los momentos de prosperidad para ese pueblo que tanto lo necesitaba.
Fin