EL DIAMANTE ENCANTADO
Había una vez una niña llamada María que le gustaba jugar y estudiar. Le encantaba pasar tiempo con sus amigas llamadas Nina y Rosita. Un día, fueron al parque a jugar en los columpios, toboganes y demás atracciones que habían en ese lugar. Camino a casa, vieron algo brillante entre la acera y los matorrales; María con curiosidad se agacho para levantarlo y, sorprendida por su belleza y brillo, les dijo a sus amigas:
– ¡Oh, Chicas, es un diamante! ¿Qué hará esto aquí? –
Las tres niñas se quedaron pensando porque ese objeto tan hermoso estaría por allí tirado.
Nina dijo: – vamos a llevarlo para que tu mamá lo vea –
Cuando la mamá de María vio la piedra, se sorprendió de lo que tenía en sus manos. Comentó que en verdad era un diamante; lo que ninguna de las niñas imaginó, ni muchos menos la madre de María, era que ese hermoso diamante estaba encantado.
La mamá de María les dijo a las niñas que era muy extraño que eso estuviese por allí, – ¿será que se le cayó a alguien? –, preguntó, – habría que buscar al dueño y devolvérselo para evitar problemas –, dijo la mamá de María, pero las niñas no hicieron caso.
Las chicas se pusieron de acuerdo para cuidar el diamante. Rosita fue la primera que se lo llevó para su casa, pero cosas muy extrañas pasaron esa noche. Ella no pudo dormir, le parecía escuchar voces que le reclamaban el diamante. Al amanecer, desayunó y fue a donde sus amigas a contarles lo asustada que estuvo en la noche.
Rosita les contó a sus amigas todo lo que le había pasado, las voces y lo espeluznante que se escuchaban. Ella estaba muy nerviosa, ya no quería la piedra en su poder.
– Ese diamante tiene algo malo –, les dijo a sus amigas.
Nina y María no creyeron mucho lo que su amiga Rosita decía, – debes haber tenido una pesadilla –, le dijo María.
Esta vez, Nina decide quedarse con el lindo diamante y se lo llevó a su casa. Durante el día no pasó nada, pero, a la hora de dormir, empiezaron a suceder cosas muy extrañas; vio sombras y escuchó voces.
– Devuélveme mi piedra hermosa –, decía una voz susurrante. Al día siguiente, Nina expresó que ya no quería tener el diamante en su casa.
– Algo pasa con esa piedra, me asusta –, dijo Nina a sus amigas. Las chicas pensaron que no era normal lo que sucedía y decidieron ir a la iglesia a hablar con el sacerdote, para explicarle todo lo que les había pasado.
Al oírlas, el cura las regañó por no haber hecho caso a su madre. Atemorizadas, las tres le pidieron el favor de que las acompañara al lugar donde lo encontraron.
Al día siguiente, fueron al lugar con el cura con la intención de devolver el objeto. Cuando llegaron al parque, no recordaban exactamente en qué lugar lo habían encontrado. María llevaba el diamante, se tropezó y se le cayó. Ella gritó: – ¡se me cayó el diamante! –
El diamante rebotó hacia los matorrales; las niñas y el cura empezaron a buscarlo. Luego de unos minutos, lo encontraron y se sorprendieron, pues el diamante había cambiado de color; por un momento pensaron que era otra piedra.
María logró recordar el lugar donde lo habían encontrado y se dirigieron a ese sitio, lo colocaron allí y, justo en ese momento, el diamante recobró su color original y desapareció. Las chicas se asustaron al ver lo que pasaba ante sus ojos.
Al día siguiente, todo regresó a su estado normal. Las niñas prometieron no tomar ningún objeto que encontraran en su camino, ya que la experiencia que tuvieron no la olvidarían jamás. Muchas personas se enteraron de lo sucedido y algunos comentaron que les había pasado algo similar, descubriendo que aquel diamante era de una señora que había muerto hace unos años, la cual era muy apegada a sus pertenencias, pero, al estar un cura involucrado en la devolución del diamante, le dio paz a su alma.
Fin