LA ISLA FANTÁSTICA
Hace mucho tiempo, en una lejana isla cuyo nombre ya ha sido olvidado, se encontraba uno de los mayores tesoros de una antigua civilización, una estatua, la cual era capaz de dar toda la inteligencia poseída por los humanos a los animales de la isla. La tribu y los animales vivían en paz, fuera de cualquier mapa y aislados del resto del mundo.
Un día, un joven investigador llamado Frederick se perdió junto a su tripulación cuando navegaban en aguas desconocidas. Viajaron por muchos días sin llegar a tierra firme. Cuando toda esperanza se había perdido y las provisiones empezaban a escasear, se oye el grito del vigilante: – ¡tierra a la vista! –. Todos muy felices celebraban.
Al revisar todos los mapas, notaron que en su ubicación no aparecía ninguna isla, lo cual le pareció muy extraño al capitán Frederick, por lo que decidió ir solo a explorar el lugar.
Al llegar a tierra firme no podía creer lo que estaba viendo, dos tortugas hablando. Por el susto, cayó al piso y creyó que estaba loco; inmediatamente se levantó y se adentró en el bosque. Llegó hasta una aldea, en la que inmediatamente fue apresado por dos guardias, quienes lo condujeron ante el jefe.
– Señor, hemos encontrado un extraño entrando a la aldea –, expuso uno de los custodios.
– ¡¿Quién eres y qué haces aquí?! –, preguntó el jefe.
– Soy Frederick, capitán del Santa Clara, navío de investigaciones; estábamos sin provisiones, vimos la isla y decidimos venir –.
– ¡¿Decidimos?!, eso quiere decir que no estás solo. ¿Cuántos más están aquí? –
– Somos 20 hombres señor –
– Mi nombre es Galván, jefe de todas las criaturas de la isla. Si quieres irte, primero tú y tus hombres deben estar aquí varias semanas y luego serán libres de seguir con su viaje –
Al pasar los días, Galván y Frederick se hicieron amigos.
– Frederick, hay algo que tengo que decirte, supongo que has notado un comportamiento diferente con los animales de esta isla –, preguntó el jefe.
– Pues sí, no se comportan como los otros animales que he visto en otras partes del mundo –, respondió el capitán.
– Esto se debe al tesoro de la isla, el jaguar de oro, una reliquia que nuestros antepasados encontraron al venir a la isla; luego de ellos llegar a la isla, los animales adquirieron todos sus conocimientos –, explicó el jefe.
– Debes estar bromeando, ¿verdad? –, preguntó Frederick.
– No, mire usted. Señor Oso, ¿he mentido en algo? –
– No, la reliquia sí existe –, respondió el oso.
En ese momento, Frederick se desmayó.
– Eso era real –, dijo el capitán, luego de recuperar el conocimiento.
– ¡Sí! –, enfatizó Galván.
Mientras tanto, el resto de la tripulación escuchaba atenta y, sin consultar al capitán, decidieron robarla. – Es aquí, ¡busquen ese jaguar! –, dijo uno de ellos.
Un colibrí los ve y va ante el jefe y le dice: – Me temo que debo decirle, mi Lord, que están robando el tesoro –
– ¡Qué! ¡¿Cómo es posible?! –, exclamó el jefe.
– Galván, corre, se llevan el tesoro –, insistió el colibrí.
– Apuesto que han sido mis compañeros… esos traidores… ustedes nos acogieron y así se comportan –, dijo apenado el capitán.
– ¡Debemos hacer algo! –, afirmó el jefe.
Muchos guardias de la aldea y algunos animales fueron tras los bandidos.
– ¡Rápido, al bote!, vienen detrás de nosotros –, gritó el autor intelectual del hurto.
Al salir de la isla con el jaguar, como por arte de magia todos los animales se volvieron primitivos y huyeron.
– ¡Remen rápido! –, dijo el ladrón a sus compañeros.
En ese instante, todos los animales del mar cobraron conciencia y fueron tras el jaguar. Una ballena los devoró con todo y barco.
Meses después, un guardia llega ante el jefe y dice: – Hemos encontrado esto en la playa –
– ¡El jaguar volvió a su hogar! –, exclamó Galván, al tiempo que todos los animales adquirieron nuevamente su conocimiento.
Frederick vivió en la isla hasta el fin de sus días como un aldeano más.
Fin