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Katherine Guerra - 7mo Grado

EL NIÑO Y EL LEÓN


El Niño y el León - Lecturas Ferrini Panamá

Había una vez, un niño que quería un león y sus padres le dijeron que no, ya que, al crecer el animal, podría hacerle daño o comérselo. El pequeño les insistía todos los días para que se lo compraran, pero no conseguía nada.


El niño cumplió 6 años y les seguía insistiendo. Finalmente, a los 10 años se lo compraron.


El león tenía los ojos bonitos como chocolate de color crema y carecía de melena porque era un cachorro. Al tiempo, la exuberante mascota cumplió 3 años; estaba grande y bien adiestrado, solo comía carne y tomaba mucha agua.


Cuando se le acercaba un humano, el león permanecía tranquilo, pero, cuando algún animal pasaba cerca, si se lo quería comer, aunque se controlaba.


Pasaron 5 años y al león ya se le veía un poco de melena, la cual fue creciendo más y más.


El león se portaba mejor cada día. A pesar de todo el tiempo que llevaba con él, el niño, ahora adolescente, no le tenía un nombre aún. Finalmente, le puso Antonio. Al escuchar su nombre, el animal salía corriendo, abrasaba y lamía a su amo.


La mascota siempre jugaba en el mismo patio. Un día, su dueño pensó en sacarlo a pasear, así que le compró una correa, un bozal y mucha ropa; luego de arreglarlo, salió de la casa con él.


Ya de paseo con el león, el joven decidió quitarle el bozal para ver como reaccionaba con la gente. Todo el que lo veía salía corriendo y le gritaba: –¡¿estás loco?!, ¡ese león podría lastimar a alguien! –.


Siguieron su paseo y se toparon con un señor que tenía tres perros; el león reaccionó como si quisiera morderlos, pero se calmó y siguió. Al final de la tarde, regresaron a casa sin ningún contratiempo.


Ya en casa, el león se veía extraño; al rato, se desmayó. El joven llamó al veterinario. Cuando este estaba llegando, el león estaba despertando.


El veterinario revisó y, al terminar, le dijo al joven: – lo siento, pero el león está enfermo; tiene sarna –.


– ¡No puede ser!, yo he estado al pendiente de él, de su comida, de todo… –, respondió el joven.


Pasaron los días y el león se veía peor. Su dueño le daba sus medicinas. Un día, el león empezó a convulsionar y el joven llamó nuevamente al veterinario, pero, cuando este llegó, ya era tarde; el animal había muerto. Su dueño lloró desconsolado. Hubo un velorio y rezaron un rosario en honor a la mascota fallecida.


Luego de llegar del entierro, el joven no podía comer ni conciliar el sueño. Consumido por el dolor, decide que ya no quería seguir viviendo.


Antes de suicidarse, escribió una carta a sus padres en la que les dijo:


“Queridos padres, les quiero agradecer por comprarme un león hace 10 años; los voy a extrañar. Les pido que me entierren junto a la tumba mi león Antonio, se los ruego de corazón. Ya no estaré más con ustedes, pero no lloren, desde el cielo los cuidaré con mi mascota; los quiero muchísimo”.


Además, en el espejo les escribió “ADIOS”. Luego de esto, se tomó un frasco completo de pastillas.


Sus padres lo enterraron en la misma tumba que su león Antonio. Todos hablaban del joven que tenía un león.

Fin

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