JUAN, EL POLLITO TRAVIESO
Había una vez una gallina que tenía cuatro pollitos muy lindos y tiernos.
– ¡Pío!, ¡Pío!, ¡Pío! –, gritaban los pollitos mientras recogían insectos para comer.
– ¡Clo!, ¡Clo!, ¡Clo! –, decía la gallina, llamando a sus hijitos.
La prudente gallina les aconsejaba que no se alejaran de su lado.
– Tengan cuidado, hijos míos –, les decía. – El gavilán puede apoderarse de ustedes cuando estén distraídos; así que, tan pronto como yo los llame, corran a esconderse debajo de mis alas para que estén a salvo –.
Todos los pollitos obedecieron a su mamá, menos Juan, el travieso, que siempre se alejaba de sus hermanitos.
La mamá gallina lo regañaba frecuentemente; mas el respondía:
– Yo no le tengo miedo al gavilán, mamita –
Cada día, el travieso Juan era más desobediente y se apartaba de la mamá y de los hermanitos.
En una ocasión, hallándose en un potrero buscando insectos para comer, Juan, el travieso, se alejó del grupo familiar como de costumbre. Un gavilán, que se encontraba cerca, divisó al pollito desprotegido y se abalanzó sobre él.
Juan, el travieso, se dio cuenta de que el gavilán venía a llevárselo y empezó a correr piando desesperadamente.
– ¡Pío!, ¡Pío!, ¡Pío! –
Su mamá le oyó a lo lejos y, llena de mortal angustia, comenzó a cacarear.
El gavilán ya estaba a poca distancia de Juan, quien seguía gritando: – ¡Pío!, ¡Pío!, ¡Pío! –.
Sus erizadas plumitas parecían alfileres. ¡Pobre pollito!, apenas podía correr del susto.
Ya el gavilán se disponía a clavarle sus garras, cuando sonó un disparo y el atacante cayó muerto. Un cazador, que se hallaba escondido cerca de allí, había visto lo que pasaba y, compadecido del pollito, llegó corriendo al lado de Juan y comenzó a cacarear, imitando el sonido de una gallina, – ¡Clo!, ¡Clo!, ¡Clo! –.
El travieso Juan, asustado, corrió y se metió debajo de una de las alas de su mamá. Desde entonces, nunca se apartó de sus hermanitos y de su madre.
Debemos obedecer a nuestros padres y no alejarnos de ellos.
¡Fin!