LA GRAN JUGADA
Había una vez, un señor llamado Miguel. Él tuvo un hijo, cuyo nombre era Luis. Ambos vivían en una hermosa y gran casa en la montaña. La mamá de Luis había muerto cuando este nació.
Un día, el papá salió al pueblo a comprar frutas, verduras y otras cosas; luego volvió a casa con Luis.
Al día siguiente, Miguel no despertó; Luis intentó reanimarlo, pero estaba muerto. Luis se quedó unos días sin hablar con nadie, solo en su casa.
Días después, Luis salió y conoció a un hombre viejo llamado Alex. Luis le contó lo que le pasó a su papá y el anciano se lo llevó a comprar comida, ya que se le había acabado lo que tenía en la casa.
Alex le ayudó con las cosas que no entendía en la escuela; además, lo aconsejaba.
Pasaron los años y Luis se volvió un adulto y viajó por su cuenta alrededor del mundo. Conoció a una chica llamada María. Al principio, eran solo amigos, pero con el tiempo se enamoraron y, meses después, se casaron y tuvieron un hijo al que llamaron Max, a quien le encantaba el fútbol y jugaba de defensa.
Durante una lluvia en los entrenamientos, Max se mojó y enfermó, por lo que no pudo ir al juego de selección y no lo aceptaron en el equipo. Fue un día muy triste en su vida, pero encontró otro conjunto que lo aceptó.
Semanas después, jugó contra el equipo que no lo había aceptado. Él estaba nervioso, pero tuvo esperanza de ganar; jugó con el corazón y ganaron 2-1. La otra selección le pidió que cambiara de equipo, pero Max le dijo que no porque le gustaba donde estaba jugando.
Max se convirtió en un futbolista profesional y se casó con una mujer llamada Sofía. Ambos tuvieron una hija, cuyo nombre era Alexia. Ella quería ser doctora, por lo que estudio medicina por varios años y, con mucho esfuerzo, lo consiguió.
Alexia recibió enseguida una oferta de trabajo, en la que viajaría por Suramérica y África para ayudar a los niños pobres. Conoció entonces a muchas personas y aprendió muchas cosas. Años después, regresó al pueblo donde habían vivido sus antepasados y escuchó sobre una casa en la montaña donde había muerto un hombre, cuyo hijo había hecho mucho por el pueblo. Su casa era un hogar para niños pobres y viejitos desamparados.
Cuando llegó a la casa en la montaña, se sorprendió que en uno de los cuadros apareciera su bisabuela. Ahí sintió el llamado de la caridad y se encargó de ese hogar junto a otras personas.
¡Fin!