LA MONTAÑA ENCANTADA
Érase una vez, un pueblito muy lejano, que era pintoresco, alegre y estaba rodeado de montañas. Este tenía pocas casas, una más distante que la otra. En una de esas vivía Juanita, la hija menor de una familia.
A Juanita le gustaba aventurarse en las espesas montañas, para disfrutar de lo agradable que se sentía al estar con las aves, mariposas, conejos y cervatillos, saltando de un lugar a otro. También se regocijaba en los frescos ríos y riachuelos, que le invitaban a echarse un chapuzón.
Un día, se encontró con unos animalitos extraños, a los cuales siguió hasta adentrarse en la parte más espesa de la montaña. Cuando oscureció, quiso regresar, pero no encontró el camino hacia su hogar. Juanita se entristeció y se quedó dormida bajo un frondoso árbol.
Cuando despertó, los rayos del sol apenas podían pasar entre las ramas de los árboles; el follaje de aquel sitio era inmenso. Sus nuevos amiguitos extraños llegaron y quisieron ayudarla, así que la tomaron de la mano y la llevaron a un lugar fantástico, que sus ojos verdes jamás habían visto. Juanita estaba tan maravillada que ya no quería regresar.
Al instante, la pequeña cayó en un sueño profundo; al despertar, estaba en una llanura extensa desde donde podía ver su casita; sus amigos extraños estaban con ella. Estos la acompañaron en todo momento; se comunicaban con señas y eran muy amistosos y cariñosos. Al final del camino, se despidieron de Juanita.
Ella llegó contenta a su casa; durante días no decía más que la montaña estada encantada y que le gustaría regresar, pero sus abuelos le dieron una mala noticia, se tenían que mudar porque estos habían conseguido un trabajo en la ciudad y les quedaba muy lejos.
Los viejitos necesitaban dinero para poder mudarse a la ciudad. Juanita aprovechó el momento y conversó con sus abuelos para no dejar la montaña y a sus amiguitos extraños; no obstante, los planes no cambiaron.
Juanita le pidió a sus amiguitos extraños que le dieran ideas de cómo hacer para no dejar las montañas y a los pocos camaradas que tenía en el pueblo. Estos le pidieron que acompañase a sus abuelos a la ciudad y que regresara para la temporada de primavera, así vería los cambios que se hacía en la montaña encantada. Esto la animó para arreglar sus maletas.
Les pidió a sus abuelos que le prometieran que regresarían durante la primavera, para así poder ver los cambios maravillosos que aconteciesen en la montaña encantada.
Llegó el día del viaje. Juanita se trasladó con sus abuelos hasta la estación donde tomarían el tren; para su sorpresa, solo ella vio a sus amigos extraños que fueron a despedirla. Fue un cálido momento que selló la promesa de regresar año tras año a la montaña encantada.
¡Fin!