LAS ZAPATILLAS SOÑADAS
Había una vez, una niña cuyo nombre era Ana Victoria. Desde pequeña, ella fue inscrita por sus padres en una academia de danza muy reconocida.
La niña entró a la academia a los tres años; la llevaba su abuelito Aito, como cariñosamente sus nietos lo llamaban. El proceso de adaptación no fue fácil, ya que tenía una instructora muy estricta, a la que todos conocían como “teacher Vicky”.
En su salón habían niñas de diferentes edades. Ese año fue muy difícil para Ana Victoria, porque sus compañeras de ballet usaban medias más el leotardo, ambos en color rosado. Para la pequeña fue un problema, ya que era la primera vez que utilizaba medias y a ella se le dificultaba quitarse su ropita de baile para poder ir al baño, pues era una niña gordita.
Un día, Ana Victoria se orinó en la clase de ballet, porque no se atrevía a pedirle permiso a la “teacher Vicky”, ya que a esta no le gustaba que la interrumpieran durante las rutinas. Cuando la niña llegó a su casa junto con su abuelito; la mamá la vio y le preguntó que qué había pasado y Aito le contó a su hija que Ana Victoria se había orinado en clase.
Preocupada, la mamá habló con la niña, ya que en esa semana había pasado lo mismo varias veces. Cuando Ana Victoria le cuenta a su madre que la teacher había comentado que no se podían interrumpir las clases, pues solo era una hora. Su mamá le dijo que ella debía pedirle el permiso a la profesora.
Al día siguiente, la mamá fue dialogar con la directora y con la profesora sobre lo que estaba pasando con su hija. Conversaron y ambas entendieron que se debe tener disciplina, pero con consideración y psicología; además, que debían hablar con las niñas para que estas entendieran que podían pedir permiso para cualquier urgencia, más aún cuando son muy pequeñas.
La “teacher Vicky” comprendió que tenía niñas pequeñitas y algunas con dificultades para poder desenvolverse solas. Ana Victoria también entendió que debe orinar antes de empezar las clases y si por cualquier causa necesitase ir al baño, entonces sin pena debe pedirle permiso a su profesora. La pequeña también se fue adaptando a la disciplina y a su grupo de compañeritas.
Con el tiempo, la niña junto a sus compañeritas fueron evolucionando y, a su vez, se lucían en todas sus presentaciones; siempre tenían muchas ganas de seguir avanzado.
Al pasar tres años, Ana Victoria junto a varias compañeritas lograron subir al siguiente nivel y cambiaron también el color del leotardo a negro. Como era lógico, las niñas fueron desarrollando nuevos pasos y los ejercicios también les exigían más.
Ese año, Ana Victoria conoció a una niña que se llamaba Emely; ella veía clases los sábados, pero sus padres decidieron cambiarla para que su hija fuera evolucionando y, además, tuviese los sábados libres.
Emely y Ana Victoria se hicieron muy buenas amigas; ambas tenían un sueño en común: un día llegarían a usar esas “Zapatillas Soñadas”, esas lindas y mágicas zapatillas de puntas.
Pasaron los años y Ana Victoria logró bajar de peso, ya que entendió que, al estar más liviana, su desenvolvimiento sería mucho mejor.
Ella y Emely se apoyaban practicando y tomando nota de todos los pasos a seguir. En sus presentaciones brillaban tanto, que hacían erizar la piel a sus padres y familiares; las niñas reconocieron y valoraron todas las enseñanzas de su profesora, agradeciendo su dedicación y la disciplina que les impartía, así como la confianza y seguridad que les trasmitió, claves para montarse en un escenario. Ellas aprendieron que todo esfuerzo genera frutos.
Luego de mucho trabajo, mientras las niñas estaban en sus clases de ballet, un asistente de la academia llamó a cada madre para informarles que sus hijas, después de tanto esfuerzo, lograron subir al nivel soñado por ellas, donde les enseñarían a usar las zapatillas que tanto Ana Victoria como Emely habían deseado, las lindas y mágicas: “Zapatillas Soñadas”.
Moraleja: Nunca dejes de soñar; con esfuerzo y dedicación todo se logra.
¡Fin!