PEPE, EL CURIOSO
Érase una vez, un niño común y corriente llamado Pepe, que vivía en un pueblo llamado Alanje. Él era el menor de tres hermanos, cuyos nombres eran Pablo y Juan; este era el mayor. Su Papá acostumbraba a hacer experimentos de diferentes cosas.
Pepe era inteligente, fuerte y valiente. Además, era muy travieso y le gustaba tocar los instrumentos de su padre.
Un día de tormenta, Pepe entró sin permiso al laboratorio de su padre. Estaba tonteando por todo el lugar y se cayeron varios frascos. Uno de los contenidos derramados empezó a echar humo. Él se acercó asustado pensando que podría pasar un accidente, pero al estar cerca aspiró el gas y se desmayó. Pepe entró en una dimensión desconocida, un bosque mágico donde los animales y las plantas hablaban. Al darse cuenta de todo aquello, el niño estaba muy sorprendido y, a la vez, temeroso; todo aquello era algo distinto para él.
Caminó un largo trecho tratando de no pisar ninguna planta, ya que algunas se quejaban muy fuerte. Un jabalí lo seguía lentamente; él volteaba y no veía nada, hasta que lo descubrió y le dijo: - Hola, soy Pepe -; el jabalí lo observó y se escondió. Pepe lo saludó nuevamente y, esta vez, el animal se acercó y le respondió: - Hola, ¿qué haces aquí? -; - no sé, estaba en el laboratorio de mi padre, perdí el conocimiento y ahora estoy aquí -, le aclaró el niño. De pronto, se asomaron otros animales y los árboles se voltearon a ver a Pepe.
Todos empezaron a murmurar diciendo: - se parece… se parece… -.
- ¿A quién? -, preguntó Pepe desconcertado. El jabalí también preguntó.
Un conejo dijo que se parecía al de las leyendas. - ¡Oooh! -, exclamaron todos. Sólo los árboles más viejos lo conocieron.
- ¿Cómo te llamas? -, preguntó uno de los árboles. – Pepe -, le respondió.
- Hace muchos años, llegó a nuestro mundo un niño con tus mismos rasgos -, le comentó otro árbol a Pepe.
El niño se quedó muy pensativo y a su mente volvieron las viejas historias de su abuelo, a los que todos tildaban de loco. Él le contaba sobre animales y plantas que hablaban y lo regañaban cuando mataba un insecto, tiraba de la cola del gato o cortaba una rama.
Ahora, hablando con todos ellos, el niño comprendió a su abuelo y supo que no estaba loco; el pequeño lamentaba no poder disculparse, ya que estaba muerto.
Pepe se puso un poco triste. De repente, el árbol más viejo le pidió que lo acompañase; Pepe fue con él, seguido por el jabalí. A lo lejos vio un brillo; era la silueta de una persona jorobada con cabello blanco. Era su abuelo. Pepe corrió y lo abrazó; - tenías razón abuelo, discúlpame por pensar que estabas loco -, le dijo. El abuelo sólo sonrió.
Como si fuese una música de fondo, se escuchaba una voz que decía: - Pepe, Pepe, Pepe… ¿estás bien? –.
Pepe despertó al lado de su padre. Lo abrazó. Aunque su papá estaba serio y molesto por el reguero, a la vez estaba preocupado por él.
El niño le contó lo que vio luego de aspirar el gas y caer; le dijo: - mi abuelo no estaba loco, no lo estaba -. Su padre lo abrazó nuevamente y le comentó: - una vez, yo soñé algo parecido, pero tuve miedo de que me llamarán loco; eres valiente, hijo; te amo mucho -.
Padre e hijo caminaron a una foto de su abuelo que tenían en la sala y empezaron a cantar. Los hermanos de Pepe bajaron y su madre también; todos cantaron juntos y prometieron ser cuidadosos con los animales y plantas.
Fin.