LOS TRES DUENDECILLOS Y SUS AMIGAS
Había una vez, tres duendecillos que querían vivir en un castillo, pero no podían tenerlo porque eran de familias humildes; por el contrario, vivían en el campo cerca de un charco muy hermoso, el cual recibía el nombre de Salto de la Silampa, en donde pasaban la mayor parte de su tiempo libre.
Un día, como todas las tardes, fueron de paseo al campo en donde se encontraron con dos hermanas que salieron a hacer turismo y se perdieron en el bosque. Al principio, se mostraron muy groseras por temor a que le hicieran algún daño, pero ellos se encargaron de demostrarles que estaban dispuestos a ayudarlas a encontrar la salida.
Con el tiempo, se convirtieron en unas buenas amigas y descubrieron que ellas vivían en un lindo castillo.
Las dos hermanas decidieron darles una sorpresa como agradecimiento a la ayuda que les brindaron para encontrar el camino y los llevaron con ellas hacia el castillo, para que pasaran una semana. Como se trataba de un lugar muy grande, rodeado de casas y habitado por muchas personas, en donde no existían las normas de cortesía y que, por su gran tamaño, se les hacía difícil mantenerlo limpio, los duendecillos resolvieron ayudar en el arreglo y mantenimiento de plantas y árboles, para poner en orden y contribuir con el embellecimiento del lugar.
Cuando las hermanas se percataron de dicho trabajo, brincaron de emoción y se mostraron muy agradecidas por el apoyo brindado, así que decidieron darles la oportunidad para que vivieran con ellas y así le prestaran los servicios de limpieza del lugar.
Después de varios años de convivir, las hermanas comenzaron a enfermarse y decidieron dejarle una fortuna a los duendecillos por su apoyo y lealtad; además, le heredaron una parte de su castillo, pero los duendecillos ya extrañaban su hogar porque se dieron cuenta que la vida se vivía más acelerada y se corría más peligro, así que le dijeron a sus amigas que no se preocuparan, que ellos vivían en un lugar pequeño, pero lleno de amor y tranquilidad.
Las princesas se sintieron rechazadas, sin embargo entendieron que no había mayor tranquilidad que en la casa de los duendecillos, aunque fuera pequeña.
Decidieron vender su castillo e irse a disfrutar de los placeres de la naturaleza, construyeron un castillo mucho más pequeño que el que ellas poseían y pasaron vejez de la mejor manera, disfrutando de la naturaleza y la lealtad de sus amigos, que las apoyaron hasta el último de sus días.
Fin.